¿Yoga? ¿Y eso cómo se come?

La primera vez que escuché la palabra yoga, pensé que era una práctica de hippies (en este tiempo también creía que los hippies eran personas que siempre iban con pantalones sueltos, cabellos largos, algunas trenzas escondidas en la melena, y que siempre andaban descalzos). Una práctica que consistía en sentarse para tratar de meditar y cantar cosas en idiomas desconocidos en algún lugar perdido de la naturaleza. Sí, no tenía ni idea lo que era el yoga (ni los hippies). 

Conocí el yoga porque una ex jefa, Alejandra, que no era hippie según mis estereotipos, nos propuso hacer yoga en nuestra hora de descanso, acepté en participar porque era la nueva de la oficina y no quería ser aguafiestas, además recordemos que era mi jefa. Llegada la hora de descanso, nos fuimos con nuestras esterillas a un parque cerca a la oficina.

Ale comenzó a dirigir una respiración, yo me sentí super incómoda con los ojos cerrados, estábamos en un parque había gente que pasaba alrededor, se me hizo eterno y tenía mucha vergüenza de respirar con sonido; luego Ale comenzó a estirar y a dirigir movimientos corporales, que yo con mis frescos 27 añitos intentaba imitar uno a uno, y no lograba conseguir ninguna de las figuras que ella hacía con tanta facilidad y gracia. No podía creerlo, ella era mayor que yo, y para mi ego fue duro enfrentar que no tenía ni la mitad de equilibrio, flexibilidad ni gracia para hacer todo lo que ella era capaz de hacer con su cuerpo. 

Mi ego y yo terminamos esa primera clase muy cansadas, solo habían sido 30minutos y yo lo había sentido como un par de horas, mientras Ale lucía fresca como una rosa,  yo estaba despeinada, sudada y también frustrada porque durante toda la práctica ella repetía: “inhala y exhala por la nariz” y yo lo único que necesitaba era respirar de manera agitada botando el aire por la boca como si hubiera corrido mi primera maratón. Descubrí que no solo no era capaz de mover mi cuerpo, sino ni siquiera sabía respirar.

Así llegué al yoga, por demostrarme a mi misma que podía ser contorsionista, al día siguiente busqué un centro de yoga para poder practicar y aprender a hacer todas esas figuritas que otros eran capaces de hacer sin despeinarse. Es curioso, muchas cosas buenas pueden entrar a tu vida sin que te des cuenta, a veces entran con otra intensión, pero si te abres a la posibilidad, cosas maravillosas pueden suceder. 

Mi primera clase en el centro, es tema para otra historia, solo os adelanto que salí de la primera clase con un remolino de emociones y a la vez con nuevos retos para mí misma. Sí, la primera clase de yoga, ni la segunda ni muchas te cambian de la noche a la mañana y el ego, ay el ego que siempre camina a tu lado como sombra y tiene la gran capacidad de empañar hasta lo más bonito que habita en ti y a tu alrededor.

Regresando a mi primer encuentro con el yoga, ese día no solo tuve una primera clase de yoga, sino también comencé un largo camino de aprendizajes, en el cual aprendí una nueva filosofía de vida, derrumbé muchos estereotipos, aprendí a conocer a mi cuerpo, aquietar mi mente, aprendí a RESPIRAR y lo pongo en altas porque aún lo pienso, tenía 28 años y no sabía lo más básico de la subsistencia humana.

Si has llegado hasta aquí, gracias por leerme, en un siguiente capítulo seguiré compartiendo experiencias propias, temas de filosofía yoguica, y todo lo que se me ocurra compartir para compañarnos en el camino del yoga.

Que la luz que brilla en ti crezca cada día más y la lleves por donde vayas . ¡Namasté!

Con amor,

Fanny